EL TIEMPO AVANZA (I).
Recién retirado el cierre perimetral que afectaba a la Comunidad Valenciana, acompaño a un amigo a visitar la casa que tiene en un pequeño pueblo de Teruel. Visita rápida, ver que todo está en orden, comida ligera y vuelta a Valencia. Esa fue la idea inicial.
En el camino de regreso, le comento cómo estaría el pueblo al que fui unos días durante dos o tres veranos con mis abuelos. Recuerdo esas fechas vagamente -debería tener 6 ó 7 años-. Sin pensarlo, decidimos hacerle una visita. Una vez abandonada la carretera nacional imágenes inconexas de la infancia empiezan a inundar mi memoria. Imágenes de las que platicábamos mientras nos íbamos acercando.
A la llegada al municipio, vislumbro la postal del puente por el que se entraba al pueblo. Allí estaba firme y erguido ante el paso del tiempo. Aquel puente que recordaba inmenso, realmente es un pequeño puente, por el que apenas puede pasar un coche. Ya no se entra al municipio por allí, ahora hay una pequeña carretera. Recuerdos de la infancia que empezaban a desaparecer o, quizás, a actualizarse.
Llegamos a la plaza. Un viejo cartel sobre una puerta azul delataba que allí hubo un bar. La fuente, con sus cuatro caños, aún recordaba la fecha de construcción (año 1910). A medida que íbamos andando nuevos recuerdos regresaban a mi mente, vimos la pequeña iglesia, pasamos por el frontón. Llegamos a la denominada "era" que la recordaba inmensa al igual que el puente, frontón e iglesia y realmente son pequeños produciendo ese contraste del tamaño de las cosas que cuando eres un niño te parecen mucho más grandes de lo que en verdad son.
Me pregunte qué sería del Sr. Tiburcio, pastor con el que compartimos algunos momentos, mi abuelo y yo, junto con sus hijos, más o menos de mi edad, a los que ya no recuerdo. A estas alturas, la edad de Tiburcio debería rondar entre los 85 y 90 años. A pesar del paso del tiempo, me veía capaz de llegar hasta su casa.
Decidimos preguntar a una Sra. con la que nos cruzamos qué había sido de Tiburcio, el Pastor. Nos dijo que aún vivía en el pueblo junto con su mujer. Con añoranza nos comentó que tenían suerte de vivir los dos, ella había enviudado hacía seis años y desde entonces se sentía sola, a pesar de ello no quería abandonar "su" pueblo. Pensamos en la soledad que acecha a muchas personas mayores y en el desamparo al que se encuentran sometidos muchos de esos pequeños municipios que probablemente estén condenados a desaparecer.
El volver allí me hizo comprender que el tiempo avanza, de forma inmisericorde, que nada lo detiene, que debemos aprovecharlo de la forma que cada uno convenga, de manera respetuosa hacia el resto, y aprender a dar gracias por ese maravilloso regalo que es la vida.
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