EL CAFE DE LAS ONCE.

Hace unos días comí con un amigo, profesional independiente al igual que yo. Compartimos mesa alrededor de un par de horas. Hablamos un poco de todo: cómo está la familia, asuntos de trabajo, del COVID, de algún recuerdo, filosofamos sobre la vida. Escuche con mucho interés cuando me habló de su café de las once de la mañana. A mi juicio, sabía decisión.

Me comentó, que desde hace aproximadamente 3 años, ha cogido la costumbre, de todos los días que puede, que son casi todos, salvo algún imprevisto, a las once deja lo que está haciendo y acude a una cafetería cercana a su despacho a darse SU MOMENTO DEL DIA. 

Ya en la cafetería, entra, saluda y no pide nada pues los camareros ya saben su costumbre. Un café solo, una tostada de pan con tomate y un agua. Mientras se lo traen y lo toma, deja aparcado el móvil, toma el periódico y lee lo que le interesa. 

Casualmente, iba yo con un cliente. Paramos a tomar medio bocadillo en una cafetería del centro de Valencia. Y allí, en la terraza, estaba mi amigo con su café de las once. Nos vimos, nos saludamos. Mientras yo estaba con mi cliente a lo nuestro, de reojo, de vez en cuando lo miraba. Lo veía, o bien leyendo el periodo o, a veces, me parecía ensimismado en su mundo. Alrededor de la cafetería, la mayoría de gente pasaba con prisas, hablando con el móvil, cruzando de acera aceleradamente, a él, en contraste con el entorno, se le veía relajado y disfrutando del momento, puedo afirmar que era "su momento del día".

Recordé lo que me comentó en la comida. Me he acostumbrado al café y lo necesito, estoy entre 20-25 minutos, es un descanso a media mañana que me sirve para desconectar del trabajo y despejar la mente. Si tengo alguna visita la atiendo antes o después. Lo más importante es que he descubierto, que al partir la mañana, soy más productivo, tengo los mismos clientes, hago el mismo trabajo y todo sigue igual. 

Mientras me acercaba para decirle adiós, pensaba en lo acelerados que vamos sin darnos cuenta, en como nos ha absorbido la velocidad diaria, en lo pendientes que estamos del móvil, aspectos que nos privan de disfrutar de esos pequeños momentos que ya no recordamos. 

Me fui antes que él de la cafetería. Pasé a saludarlo, cruzamos las miradas amistosamente. Pensé en la próxima vez que, a buen seguro, quedaremos a comer. Sonreí, él también (lo noté a pesar de la mascarilla). Le dije el café de las once y su respuesta fue: "como todos los días". Y cada uno siguió su camino.



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